Si aquel mediodía la ambulancia, vacía, no hubiera parado en el disco rojo, quizás Eugenio no estaría hoy aquí. El infarto lo dejó fulminado en el suelo, a unos pasos de aquel semáforo de Carabanchel. Hoy, con 47 años, va al gimnasio dos días por semana y se marca paseos por un parque de Madrid cercano a su casa. Está vivo, sí, pero tocado.
Al mal de su corazón ahora le acompaña, según su médico, exceso de radiaciones. Su cuerpo las ha ido acumulando desde que le hicieran, hace cinco años, el primer escáner para ver su corazón y comprobar la fontanería de sus arterias. Por siete veces lo han metido en el tubo. Sumadas todas las pruebas hasta hoy, es como si a Eugenio le hubieran hecho 19.750 rayos X. Porque eso es un escáner, una ametralladora de rayos X. Dispara 400 en una sola exploración de tórax; 500 en un escáner de abdomen; 700 en uno de coronarias... Y son cada vez más los médicos en España que están advirtiendo sobre el «abuso desmesurado» de esta prueba, también conocida como TAC (Tomografía Axial Computerizada).
-Hay un apagón informativo entorno a estas radiaciones -denuncia abiertamente la radióloga Luisa Lores, del Complexo Hospitalario de Pontevedra.
-¿A qué se refiere, exactamente, con apagón informativo?
-No se le explica a la gente en qué consiste realmente la prueba. Y, por otra parte, existen intereses económicos muy fuertes.
-¿Por ejemplo?
-Las pruebas son caras [entre 250 y 400 euros, según la parte del cuerpo a escanear] y prima mucho el sacar rentabilidad a la máquina. Es la cara más oscura de la medicina que se hace hoy.
De los 4,5 millones de TAC al año en España, «un 40% son innecesarios», dice la doctora Marina de la Fuente
No sólo el dinero prima. El miedo a equivocarse, y con ello la posibilidad de una querella por parte del paciente, es otro de los motivos que ha contribuido a abonar el crecimiento de unas pruebas con radiaciones [4,5 millones de escáneres al año se realizan hoy en España, casi un 20% más que hace cinco años] cuyas consecuencias más nefastas apuntan al desarrollo de cánceres, problemas en la piel, cataratas, caída del cabello y, según las últimas investigaciones, mutaciones a largo plazo en el propio material genético, el ADN.
La creciente evidencia de que a law miles, quizás millones de personas, se les está radiando de manera abusiva ha disparado las alarmas en el caso de los menores. «Cualquier dosis, por baja que sea, puede inducir un cáncer», explica la responsable de radiología de la clínica Ruber de Madrid, la doctora Marina de la Fuente, referente en la materia y una de las voces en la actualidad más críticas junto con su colega de bata blanca Luisa Lores. En su trabajo, sostiene que la probabilidad de desarrollar cáncer de mama en las niñas, en comparación con la población general, es cinco veces mayor en las pequeñas sometidas a escáner para controlar, por ejemplo, una escoliosis, y 10 veces mayor en las que sufre de linfomas.
«No existen dosis peligrosas, el TAC es una buena herramienta pero sólo si se utiliza bien. El problema real está en la absurda repetición de las pruebas», explica De la Fuente. «Una gran parte de los escáneres que se realizan a diario, tal vez un 40% no son necesarios. Se podrían haber evitado con otras pruebas, como una ecografía, sin que el paciente tenga que recibir cientos o miles de radiaciones que se irán acumulando innecesariamente en su organismo».
Igual que todos nacemos con un crédito solar propio y, cuando éste se agota por exceso de sol, la piel enferma, con las radiaciones de los escáneres pasa lo mismo. Cuando el cuerpo ya ha gastado su capacidad para defenderse de ellas, enferma. Cabe recordar que un TAC emite entre 10 y 1.000 veces más radiación que una radiografía.
Varios estudios, entre ellos, de la Universidad de Harvard y de los Institutos Nacionales de la Salud, en EEUU [en España no hay], consideran que el 2% de los 29.000 cánceres diagnosticados en ese país cada año, es decir, 580, se deben al TAC; y por cada 10.000 pruebas realizadas a menores de 15 años se producen ocho muertes al año por tumores, lo que supone 3.200 fallecimientos.
«El problema está ahí y es muy preocupante, pero tampoco hay que alarmar», interviene el doctor Carlos Muñoz, jefe Protección Radiológica del Instituto Catalán de Oncología. «No es la máquina, sino las manos del médico que la activan. Eso es lo que hay que cambiar». Y ya.